EL FACTOR HUMANO EN EL HABITAT INTELIGENTE

 

Siguiendo a los clásicos parece que debemos empezar nuestro estudio definiendo qué entendemos por edificio inteligente, máxime cuando se trata de una adjetivación hija en buena parte del sensacionalismo periodístico.

En principio se suele aplicar este calificativo a aquellos edificios dotados de ciertos automatismos que permiten una variación en las prestaciones funcionales del edificio según las circunstancias.

Pero también a veces hay quien otorga este calificativo a aquellos edificios que por sus características dan una buena respuesta al medio desde el punto de vista funcional, ecológico o económico. Por ejemplo, los tipos históricos de construcción a base de grandes muros de carga dotaban a aquella arquitectura de una gran inercia térmica con la consiguiente economía energética en los casos de edificios de uso continuado.

Por otro lado desde hace muchos años se han introducido en los edificios automatismos elementales, para encender y apagar u anuncio luminoso por ejemplo, que no parece hagan acreedor a un edificio del calificativo de inteligente.

Hoy en día gracias al desarrollo de la electrónica, hay automatismos para casi todo: para encender y apagar la calefacción a distancia, subir y bajar persianas, abrir o cerrar puertas, disparar sistemas de alarma, etc. En este sentido se puede decir que, prescindiendo del coste que pueda suponer, en la actualidad se puede hacer casi todo: basta pagarlo.

En cualquier caso, y siguiendo con nuestro propósito, podríamos definir como inteligente aquel edificio que tiene la capacidad de reaccionar de modo variable y conveniente ante modificaciones al azar del medio en que se encuentra. Nos referimos por ejemplo a un edificio que detecte la mayor o menor ocupación de un local para incrementar o disminuir la renovación del aire o, aquel cuya fachada modifica su transparencia en función de la intensidad de la luz solar y de la temperatura ambiente interior.

Dicho todo la anterior nos parece importante aclarar que el calificativo de inteligente solo se puede aplicar a un edificio por analogía. En rigor sólo se puede hablar de inteligencia cuando se hable de la persona, y es la persona que diseña los edificios la que dota a los mismos de aquellas características que permiten sean englobados en la categoría de edificios inteligentes.

Esta referencia es pertinente al tema que nos ocupa ya que a fin de cuentas toda arquitectura debe estar al servicio del hombre y existe el peligro, ya denunciado por muchos pensadores contemporáneos, de que sea la técnica la que, dejando de ser medio para convertirse en fin, pueda llegar a producir incluso la desaparición de la especie humana. Todos recordamos aquella película "La Jungla de Cristal", cuyo tema central es precisamente la pérdida del control humano sobre los mecanismos de un edificio inteligente.

Parece ser una constante histórica la tentación que tiene el hombre de dejarse seducir por ídolos salidos de sus manos en una continua repetición en el tiempo de la historia bíblica del "Becerro de oro". El hombre se deja seducir por la velocidad, por los ordenadores, etc., que a su vez tienden a escaparse de su control en una suerte de rebelión análoga a la del hombre frente a Dios en el pasaje bíblico al que nos hemos referido. Por ello disertar sobre el factor humano en los edificios inteligentes termina siendo un filosofar sobre el papel de la técnica en nuestra civilización. Basta un somero estudio de los actuales programas universitarios para darse cuenta de hasta que punto las disciplinas técnicas se han hipertrofiado en detrimento de las humanidades, hasta el extremo de obligar al actual gobierno español a proponerse como uno de sus objetivos en los próximos cuatro años el desarrollo de los estudios humanísticos.

En una de las últimas biografías sobre el presidente americano Harry S.Truman se narra con todo detalle la celebración alborozada de la comunidad científica estadounidense del "éxito" de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima .Creo que este es un buen testimonio histórico de hasta que punto la fascinación por el logro científico puede hacer perder el norte al ser humano.

El famoso arquitecto español residente en Méjico, ya fallecido, Felix Candela, dio una memorable conferencia al comienzo de los años 70 en el Ministerio de Obras Públicas de Madrid, invitado por el entonces ministro del ramo Vicente Mortes. En aquella ocasión Felix Candela disertó ampliamente sobre el tema que ahora estamos tratando y contó con gracia la anécdota de un vecino suyo en Estados unidos al que tuvieron que convencer de que el hecho de que su tocadiscos pudiera alcanzar unos determinados decibelios, no significaba que forzosamente tuviera que llegar a esas intensidades de volumen. Venía Candela con ello a decir que en las cuestiones técnicas antes de plantearse si algo se puede hacer hay que plantearse si es razonable hacerlo. Y añadía que, a su juicio, los males del mundo actual se derivaban del hecho de que nuestra civilización pretende resolver los problemas técnicos a base de más técnica cayendo así en un círculo vicioso de imposible solución.

Fue también por este tiempo cuando, creo que fue Buckminster Fuller, se planteó que se podría cubrir el globo terráqueo con una estructura de barras espacial sin puntos de apoyo con su centro de gravedad coincidente con el del globo terráqueo: La estructura podría a su vez cerrarse con una plementería de vidrios fotosensibles que permitirían la creación y consiguiente control de un clima artificial a nivel mundial. Afortunadamente el pensamiento actual ha evolucionado en forma tal que semejante barbaridad produciría el rechazo unánime de la población mundial, aunque ello no obsta para que en la actualidad se estén haciendo experimentos de recintos naturales con clima controlado a pequeña escala.

A un nivel más práctico, todo lo anterior, nos debe llevar a un sano escepticismo ante estúpidos intentos de batir récords que hoy en día ya carecen de interés (el edificio más alto, el puente de más luz, la travesía más rápida etc.). Cuando encuentro todavía esas actitudes en algunos profesionales no puedo evitar recordar con cierta ironía esos concursos pueblerinos para ver quien hace la mayor tortilla de patatas.

También resulta práctico hacer ver a los múltiples técnicos que intervienen hoy en día en el hecho arquitectónico, cada uno de ellos especializado en diferentes ramas del saber, que sus soluciones a determinados problemas producen efectos secundarios no siempre deseables, y normalmente no previstos por ellos en otros aspectos de la arquitectura del edificio. En definitiva, se trata de que todos los técnicos participantes en la construcción de un edificio no olviden el papel instrumental de sus respectivas técnicas y sepan integrarse como equipo disciplinado a las órdenes del arquitecto director del proyecto que es quien tiene la responsabilidad del resultado global.

En general los elementos integrantes de un edificio que dotan a éste del calificativo de inteligente entran dentro del capítulo que en España solemos llamar "Instalaciones". Éstas se integran en la arquitectura y sirven a la arquitectura pero no son arquitectura. Por ejemplo, es indudable que resulta muy conveniente que los sistemas de fontanería de la Alhambra de Granada se encuentren en buen estado de funcionamiento pero a nadie se le ocurriría pensar que esa obra maestra de la arquitectura universal se vea afectada en su integridad arquitectónica por el hecho de que haya que sustituir determinadas cañerías obsoletas por el paso del tiempo. A la hora de tomar decisiones sobre la integración en la obra arquitectónica de una determinada tecnología pienso que hay que hacerse tres preguntas muy concretas:

1. Preguntarse si mejora al hombre. Por ejemplo si le libera de tareas enojosas, contribuye a su tranquilidad y bienestar, etc.

2. Si mejora la arquitectura. Es decir, si la tecnología en cuestión permite logros de expresión artística imposibles de lograr sin esos medios. Piénsese por ejemplo en las nuevas tecnologías y materiales que permiten pieles de fachada que no estaban disponibles en el mercado hace unos pocos años.

3. Si la tecnología propuesta se justifica desde el punto de vista económico. Recuerdo por ejemplo que hace unos años diseñamos en nuestra oficina un sistema de paneles solares para un grupo de cuatro viviendas en hilera y que al final no instalamos ya que el ahorro de energía anual que generaban los paneles era inferior a la renta del capital que había que invertir en su compra y colocación.

Si las tres preguntas que he planteado dan un resultado positivo se podrá decir que esa tecnología interesa y seguir adelante con la integración de la misma en el proyecto, procurando que su impacto en el mismo además de ser productivo sea también lo que los anglosajones califican como "user friendly". Esta expresión tan gráfica quiere decir que debe tratarse de una tecnología fácil de usar, inteligible para quien la usa y siempre controlable. Es un signo de madurez de cualquier tecnología el que la pueda utilizar un niño o, lo que es aún más difícil, un anciano.

Ante el impacto de la tecnología en la arquitectura caben dos actitudes radicalmente opuestas desde el punto de vista del diseño. De una primera postura puede ser ejemplo el centro Pompidou de París de Piano y Rogers. En esa ocasión los autores deciden por así decirlo hacer evidente la tecnología y que fuera ésta el principal ingrediente de la arquitectura. Es este, a mi juicio, un camino de indudable mérito, vigente, pero también muy caro y quizás para muchos un poco inhumano.

El otro camino es utilizar la tecnología de forma que pase inadvertida, como sin interferir en ese juego de los volúmenes y los espacios bajo la luz que es la arquitectura. Un notable ejemplo de esta opción es la East Wing de la National Gallery de Washington de I.M. Pei. También la obra del japonés Tadao Ando es un buen paradigma de esta actitud.

Como contrapunto a las dos opciones mencionadas existe una tercera que descartamos por estúpida que es la de fingir una estética tecnológica en un edificio por lo demás carente de los más elementales dispositivos que permite la ciencia actual. Es utilizar una iconografía industrial producida de forma artesanal.

Que duda cabe que en la actualidad la arquitectura necesita de la colaboración de las ingenierías para el desarrollo de sus edificios. Pero parodiando a aquel político que dijo que "la guerra es demasiado importante para ser dejada en manos de los militares" se podría decir que la arquitectura es demasiado importante para ser dejada en manos de los ingenieros. Y precisamente por que no puede ser dejada en manos de los ingenieros el arquitecto debe integrar a estos como colaboradores desde las fases iniciales de su proyecto. Si no se hace así las técnicas de ingeniería se superpondrán a la obra de arquitectura sin establecer con ella una relación profunda, dando como resultado incongruencias lamentables.

Cuando me refiero a esa integración de las ingenierías desde el comienzo del proyecto me estoy también refiriendo a los diferentes oficios y productos industriales que van a intervenir en la construcción del mismo. Al fin y al cabo detrás de los oficios y de los productos hay siempre una técnica integrante del hecho arquitectónico.

Si se puede decir que hoy en día no se puede hacer buena arquitectura sin trabajar sobre maquetas, hay también que decir que no se puede producir un buen proyecto sin tener el Estudio lleno de muestras, catálogos y precios de los elementos que se manejan.

Aunque sea de un modo un poco accidental al tema que nos ocupa conviene hacer referencia, por su influencia en la integración de las diferentes disciplinas, al tema de la coordinación modular. Dentro del sistema métrico decimal en el que se mueve la mayor parte de la terminología arquitectónica existe un módulo, el de 1,20m., que parece contener especiales virtualidades para el diseño. Al estar basado en el número 12 -múltiplo de 1, 2, 3, 4 y 6- tiene unas posibilidades para integrar productos industrializados de dimensiones diversas de las que carecen otros módulos. En concreto las luces estructurales de 7,20 m., al ser el resultado de seis módulos de 1,20 m., son especialmente eficaces en el diseño de gran parte de los edificios convencionales.

Todo lo expuesto viene en definitiva a corroborar el hecho de la necesidad de tener una actitud de sensatez, humildad y solidaridad por parte del arquitecto a la hora de afrontar la tarea estimulante y maravillosa de hacer arquitectura.

He dicho.

 

Eugenio Aguinaga Churruca
Arquitecto

Madrid 15 de Enero de 2001

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